
Hace ya cinco años desde que abrió al público el Teatro del Soho CaixaBank. De todas las actividades ligadas al proyecto de las que he ido asumiendo responsabilidades la más apasionante ha sido sin duda la dirección escénica.
Expongo aquí una serie de reflexiones personales nacidas de la experiencia adquirida en este terreno en los cuatro musicales que he tenido la oportunidad de dirigir durante estos años.
Desde el mismo momento en el que decides asumir la dirección de una pieza de teatro musical comienzas a recorrer un camino que entraña una complejidad difícil de explicar.
El primer movimiento y uno de los más importantes a la hora de dirigir es la elección de tus equipos. Todo comienza por decidir quién será tu director de producción. Esta es una pieza clave a la hora de acometer un proyecto, pues será quien tratará de hacer descender al ámbito de lo posible todo aquello que en un principio puede parecer imposible, así como también habrá de convertirse en un guardián de tu propuesta, defenderla y luchar por que ésta llegue al público tal y como uno como director desea y demanda. Se volverá tu sombra, tu amigo, tu consejero, tu dolor de muelas y tu Pepito Grillo. Será la primera persona a la que habrás de convencer de tus locas ideas y de tus delirios artísticos. Una vez superado ese paso comenzaréis juntos a ponerle cara a los directores de los diferentes departamentos artísticos; diseñadores de luz, de sonido, de escenografía, vestuario, maquillaje, video, música, coreografía, marketing, comunicación, dirección técnica… Un montón de profesionales, que generalmente cuentan con un buen número de años de experiencia y que serán los encargados de ir poniendo, poco a poco, las piezas de un puzle del que, en principio, solo tú conoces su forma final.
Cuando dan comienzo las primeras reuniones con estos equipos es cuando topas de frente con la realidad y es cuando comienzas a darte cuenta de las dificultades, de los obstáculos y de la importancia de hacer descender al terreno de lo entendible lo que generalmente son ideas artísticas con un cierto grado de abstracción.
Por lo tanto, has de ser capaz de hacerles imaginar y visualizar el espectáculo que quieres hacer y que solo vive en tu mente, como si este ya existiese, y has de poseer la habilidad para establecer alianzas artísticas invisibles que te permitirán defender tu idea.
Digo esto porque es muy importante que uno comprenda que la propuesta inicial que pones sobre la mesa sobrevivirá al filtro impuesto por tus propios equipos cuando aceptes un hecho cierto que has de aprender y afrontar. Vas a hacer crecer a tu “niño” con profesionales que se unen a tu visión de forma creativa, no son individuos que simplemente aceptan, sin replicar, cualquier idea y la concretan exactamente como tú lo deseas. Cada uno de estos equipos tienen una forma de trabajar y un estilo. Si la propuesta que pones sobre la mesa se separa mucho de los parámetros en los que ellos se mueven, todo se hará mucho más complicado, costará más trabajo, más explicaciones y más mano izquierda. Si por el contrario no solo entienden lo que quieres hacer, sino que participan de ello, las cosas avanzarán sin problemas e incluso podrás llevar tu obra más lejos de lo que previamente habías imaginado.
Es por tanto fundamental el esfuerzo por hacerte entender frente a ellos con la intención de indicarles hacia dónde vas, cuáles son las reglas artísticas de tu propuesta, cómo lo quieres hacer y finalmente has de tratar de enamorarlos, de la misma manera que lo estás tú, del espectáculo que quieres poner sobre las sagradas y mágicas tablas de un teatro.

Para todo ello tienes que negociar, escuchar, renunciar, imponer, desechar, defender, esperar, atacar, resistir, mendigar y aprender a llorar en silencio cuando en algunos momentos llegas a pensar que la función que inicialmente tenías en mente se aleja de ti. También te convertirás en contestador automático, en coordinador de energías, en un tirano, en un psicólogo, en padre, en hermano, en un gigante creador, en un idiota detrás de una luz verde, o en una esterilla en la que alguien se limpia los pies.
Las preguntas llegan por todas partes, desde todos los equipos. Uno trata de coordinar la convivencia entre ese conjunto de disciplinas que forman parte de la producción y de que coexistan de manera coherente entre ellos para que siempre gane el show.
Te peleas por aferrarte a tu idea inicial, “No, prefiero los tonos sepia de la luz, y los contras en la escena de la estación…” “ya sabes que no pretendo un vestuario fielmente ligado a los años treinta sino algo más descontextualizado…” “aparte de ballet, podríamos estudiar la idea de movimiento no reglado, menos organizado…” “la escenografía no la quiero figurativa, prefiero un lugar de juego puramente teatral…” “maestro, ¿cómo podemos ayudar a este actor a cantar con más facilidad?…”
En medio de esas batallas creativas comienzas a cuestionar muchas de tus propias decisiones. En ese momento es donde comprendes que dirigir es también ser humilde, dirigir es oír y ver lo que pasa a tu alrededor para que consideres otras posibilidades, es también salir de tu propio discurso porque entiendes que no solo hay un camino para llegar al mismo lugar. Dirigir es poseer la grandeza de permitir que por la puerta entre una idea que no estaba ahí inicialmente, pero que uno, haciendo uso del poder que te otorga el cargo de director que ostentas, aceptas siendo consciente de que no solo no te estás traicionando, sino que estás disfrutando del logro de haber conseguido que tu proyecto se haya convertido en el de todos.
La verdadera magia llega cuando comienzas a saber usar la energía y la sabiduría de tus colaboradores, cuando te das la mano con ellos, cuando tan solo una mirada basta, cuando sientes que viajáis en el mismo barco y os dirigís al mismo puerto.
Es entonces cuando termina por producirse un milagro, pues tu obra regresa a ti, la recuperas de nuevo, sabes que nunca le fuiste infiel y esta vuelve a ti mejorada, más brillante, ya acompañada de la mirada, y del espíritu de un montón de gente que aceptaron jugar a lo que les propusiste, que tuvieron fe en tu idea y pensaron que merecía la pena luchar por ella. Esos momentos son únicos, difíciles de describir, cargados de mucha emoción, son tan emocionantes como cuando te encierras durante una semana en un estudio y comienzas a recibir a una caterva de locos maravillosos… los actores.
Una audición es probablemente una de las experiencias más desagradables por las que han de pasar los actores. Lo digo además por mi propia vivencia en esa práctica. No estás actuando, no estás realmente cantando o bailando, lo que verdaderamente estás haciendo es examinarte.
Pero hasta hoy día no se ha inventado nada para poder determinar quiénes van a ser aquellos actores-bailarines-cantantes ideales para formar parte de un elenco.
La elección del reparto es un acto de dirección crucial. Si en este capítulo cometes un error lo pagaréis más tarde, y digo pagaréis porque no solo tu como director sufrirás tratando de acortar las distancias entre el actor elegido y el personaje, también el actor se convertirá en una víctima de tu fallida decisión.

Para el reparto de Gypsy tuve en consideración, no solo el talento, la destreza y la pericia de los actores en los diferentes campos que han de cubrir, también fue increíblemente importante para mí, la disposición al trabajo en equipo y la aptitud a la hora de enfrentarse a la dureza intrínseca del mismo. Creo que al confeccionar el elenco de Gypsy nos apuntamos una gran victoria. Tanto los actores jóvenes como los más maduros que forman parte del reparto poseen un sentido innato de autodisciplina. Afrontan el reto de poner en pie una obra complicadísima desde el punto de vista técnico y artístico de forma extraordinaria y consiguen que cuando el público los ve todo parezca fácil y ligero.
Nunca imaginé, desde mis muchos años de labor como actor, que donde realmente llegaría a conocer los misterios más intrincados y profundos de la actuación sería en mi trabajo como director. Cuando diriges a un actor tienes la posibilidad de situarte en una posición mucho más objetiva que cuando te encuentras defendiendo y abandonándote a un personaje. Desde la dirección se perciben los obstáculos y problemas a los que un actor se enfrenta a la hora de confeccionar su interpretación. En muchas ocasiones veo al actor luchando por entrar en determinado estado, y por encontrar como salvar un obstáculo. Observo que en algún momento de mi carrera he tenido que enfrentarme a una situación similar y no he sabido resolver el problema, sin embargo, la posición de director me permite ver la solución de manera más clara, más ecuánime.
Encuentro que, pulsando determinada tecla, dotando al actor con determinada herramienta, situándole en el espacio adecuado, este hallará su camino, la emoción justa y su luz. Confieso que esos momentos son para mí oro puro, dan sentido a todos los sacrificios, a todos los sinsabores que forman parte de la enrevesada y difícil tarea de poner en pie una pieza teatral como Gypsy.
Montar un espectáculo como el que están ustedes a punto de ver es vivir una vida en miniatura.
Durante el período de ensayos nos dimos permiso para aprender de los personajes que habitan este maravilloso show.
Nos fuimos enamorando de esa Rose soñadora, fuerte y vulnerable por partes iguales, víctima de sí misma y de su propia patología del triunfo no logrado, manipuladora, encantadora, atormentada. Sin duda uno de los grandes personajes del teatro norteamericano. De forma paralela fuimos cayendo a los pies de la artista descomunal que la interpreta, la magnífica Marta Ribera. También sucumbimos de la mano de Laia Prats y de su estupendo trabajo ante la June perfecta, impecable, rebelde, independiente y radiante como un relámpago de primavera. Nos fuimos rindiendo al personaje de Louise, la que da nombre a la obra, nuestra Gypsy, que a través del magistral despliegue de generosidad interpretativa de Lydia Fairén nos hace viajar desde la sombra, por un arco de diferentes personalidades hasta convertirse de forma inesperada en el reverso de su propio destino. Herbie y su amor tardío por Rose y sus hijas encuentra en Carlos Seguí el vehículo perfecto para que su inmensa humanidad llegue hasta nosotros. Aaron Cobos, actor, bailarín y cantante, que una semana después del estreno de A Chorus Line se rompió en escena todos los ligamentos de una de sus rodillas, herida que tardó un año en sanar. Volvió al Soho con Godspell y vuelve ahora de nuevo con un precioso personaje que interpreta con suavidad, fuerza y talento para demostrarnos que cuando uno cae solo hay un camino a elegir: seguir luchando y seguir creyendo en tus sueños. Me veo obligado a cerrar estas reflexiones con las añejas y tristemente divertidas strippers y un largo conjunto de personajes y personas guardianes de los diferentes colores, texturas, objetivos, ambiciones o sueños que nos ayudaron en estos procesos a conocernos mejor como artistas y como seres humanos.
No es el fin de este escrito el nombrar a todas las personas que forman parte de este proyecto, aunque sin duda todos lo merecen, pero si no lo hago con cinco de mis más cercanos amigos y colaboradores reviento. Tanto Arturo Díez Boscovich, como Borja Rueda, Marc Montserrat-Drukker, Yolanda Jiménez Polonio y Joan Maria Segura, director musical, coreógrafo, director de producción, ayudante de dirección y director residente, respectivamente, han sido esas personas con las que he mantenido conversaciones a las tres de la madrugada, han apoyado mis ideas, han querido entenderme y lo han hecho contra viento y marea.
Esperamos que ahora, esos personajes, estos artistas y esta propuesta escénica que les hago, cumpla el objetivo tan laboriosamente perseguido.
Gracias por venir al teatro.